Declaración contra la doctrina sobre el “Mundo Ruso”

´´Por la paz del mundo entero, por la estabilidad de las Santas Iglesias de Dios y por la unión de todos, roguemos al Señor´´ (Misa Divina de San Juan Crisóstomo)

La invasión rusa de Ucrania el 24 de febrero de 2022 constituye una amenaza histórica contra un pueblo que pertenece a la tradición ortodoxa. Sin embargo, aún más preocupante para los creyentes ortodoxos es que la jerarquía de la Iglesia Ortodoxa Rusa se haya negado a reconocer la invasión como un acontecimiento real, y haya emitido en su lugar vagas declaraciones sobre la necesidad de la paz a la luz de los “hechos” y de los “enemigos” en Ucrania. Si bien resalta el vínculo fraternal entre los pueblos ucraniano y ruso como parte de la “Santa Rusia”, culpa al malvado “Occidente” por las hostilidades perpetradas, e incluso exhorta a sus comunidades a orar de manera que fomente activamente la enemistad.

El apoyo de muchos de los miembros de la jerarquía del Patriarcado de Moscú a la guerra librada por el Presidente Vladimir Putin contra Ucrania tiene sus raíces en una forma de fundamentalismo religioso ortodoxo étnico-racial, de naturaleza totalitaria, llamado “Russkii mir” o “mundo ruso”. Se trata de una falsa enseñanza que atrae a muchos a la Iglesia ortodoxa y la que, incluso, ha sido adoptada tanto por la extrema derecha, como también por fundamentalistas católicos y protestantes.

En sus discursos de los últimos veinte años, Vladimir Putin y el Patriarca de Moscú Kirill (Gundiaev) han invocado y desarrollado reiteradamente la ideología de este “mundo ruso”. En 2014, cuando Rusia anexó Crimea e inició, mediante representantes, una guerra de poder en la región de Donbass de Ucrania, hasta el comienzo de la guerra a gran escala contra Ucrania hoy, y en otras ocasiones, Putin y el Patriarca Kirill se apoyaron en la ideología del “mundo ruso” como el principal pretexto a fin de justificar la invasión. La enseñanza establece que existe una esfera o cultura rusa supranacional, llamada Santa Rusia, que incluye a Rusia, Ucrania y Bielorrusia (y, a veces, Moldavia y Kazajstán), así como a rusos y rusoparlantes en todo el mundo. Argumenta que este “mundo ruso” tiene un centro político común (Moscú), un centro espiritual común (Kyiv como la “madre de todos los rusos”), un idioma común (ruso), una Iglesia común (Iglesia Ortodoxa Rusa, Patriarcado de Moscú) y un patriarca común (Patriarca de Moscú), en un pacto con un presidente-líder nacional común (Putin) para gobernar el mundo ruso, manteniendo en común una espiritualidad, moralidad y cultura distintas.

Según esta enseñanza, frente al “mundo ruso” erige el corrupto Occidente, encabezado por los Estados Unidos y las naciones de Europa Occidental. Este Occidente ha capitulado ante el “liberalismo”, la “globalización”, la “cristianofobia”, los “derechos de los homosexuales”, promovidos en desfiles gay y la ´’secularización militante´´. Contra Occidente y todos aquellos ortodoxos que han caído en el cisma y el error (como el Patriarca Ecuménico Bartolomé y otras Iglesias ortodoxas locales que lo apoyan), se levanta el Patriarcado de Moscú, junto con Vladimir Putin, como los verdaderos defensores de la doctrina ortodoxa, la que perciben en términos de una ética tradicional basada en una comprensión estricta y rígida de la tradición y el respeto por la Santa Rusia.

Desde la entronización del Patriarca Kirill en 2009, las principales figuras del Patriarcado de Moscú, así como los representantes del Estado ruso, recurren constantemente a estos principios, con el objetivo de subvertir la base teológica de la unidad entre los ortodoxos. El principio de organización nacional de la Iglesia fue condenado por el Concilio de Constantinopla en 1872. La falsa enseñanza del etnotribalismo es la base de la ideología del “mundo ruso”. Si consideramos tales falsos principios como válidos, entonces la Iglesia Ortodoxa deja de ser la Iglesia del Evangelio de Jesucristo, de los Apóstoles, del Credo de Nicea-Constantinopla, de los Concilios Ecuménicos y de los Padres de la Iglesia, por lo cual la unidad se vuelve inherentemente imposible.

Por esta razón, rechazamos la herejía del “mundo ruso” y las acciones vergonzosas del gobierno de Rusia por la declaración de la guerra contra Ucrania, hecho que deriva de esta vil e injustificada enseñanza con la complicidad de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Esta teoría no es cristiana, carece de espíritu ortodoxo, y arremete contra la humanidad, una humanidad que está llamada a ser justificada… iluminada… y limpiada “en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (Oficio de Bautismo). De la misma manera que Rusia invadió Ucrania, el Patriarcado de Moscú del Patriarca Kirill asaltó, por ejemplo, la Iglesia Ortodoxa en África, causando división y disputas, con las consiguientes pérdidas incalculables tanto de cuerpos como de almas, poniendo a la vez en peligro la salvación de los fieles.

Ante la doctrina del “mundo ruso” que destruye y fracciona la Iglesia e inspirados por el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo y la Santa Tradición de Su Cuerpo Vivo, que es la Iglesia Ortodoxa, proclamamos y confesamos las siguientes verdades:

1.´´Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mis servidores combatirían para que yo no fuese entregado a los judíos, pero mi Reino no es de aquí´´ (Jn 18,36)

Profesamos que el fin y cumplimiento divino de la historia, su objetivo, es la venida del Reino de nuestro Señor Jesucristo, Reino que se distingue por la justicia, la paz y el gozo en el Espíritu Santo, y del cual da testimonio la Santa Biblia , tal como lo interpretaron auténticamente los Padres de la Iglesia. Este es el Reino que presaboreamos en cada Divina Liturgia: “¡Bendito el Reino del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos!” (Misa Divina). Este Reino es el único fundamento y autoridad, tanto para los ortodoxos como para todos los cristianos. Para la Iglesia Ortodoxa, como Cuerpo del Cristo Viviente, no existe ninguna fuente de revelación o base para la comunidad, la sociedad, el estado, la ley, la identidad personal y la enseñanza que se distinga de lo que es revelado por y a través de nuestro Señor Jesucristo y el Espíritu de Dios.

Por tanto, condenamos como no ortodoxa y rechazamos toda enseñanza que pretenda sustituir el Reino de Dios, visto por los profetas, predicado e inaugurado por Cristo, enseñado por los apóstoles, acogido como sabiduría por la Iglesia, formulado como doctrina por los Padres y experimentado en cada Divina Liturgia, con un reino de este mundo, ya sea de la Santa Rusia, o del Santo Bizancio, o de cualquier otro reino terrenal, que usurpa la autoridad del mismo Cristo para entregar el Reino a Dios y Padre (1 Cor 15, 24) y niega el poder de Dios de enjugar cada lágrima de cada ojo (Ap. 21, 4). Condenamos explícitamente cualquier forma de teología que niegue que los cristianos son inmigrantes y refugiados en este mundo (Hb 13, 14), es decir, la certeza de que “somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como nuestro salvador al Señor Jesucristo”. (Flp 3, 20) y que los cristianos “residen en sus propios países, pero sólo como transeúntes, comparten lo que les corresponde en todas las cosas como ciudadanos y soportan todas las opresiones como los forasteros; toda tierra extranjera les es patria y toda patria les es extraña” (Epístola a Diogneto, 5) .

2.´´Devolved al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios´´ (Mt 22,21).

Declaramos que, a la espera del triunfo final del Reino de Dios, reconocemos la autoridad única y absoluta de nuestro Señor Jesucristo. Durante la era actual, los gobernantes terrenales brindan paz para que el pueblo de Dios pueda llevar “una vida tranquila y apacible […] con toda piedad y modestia”. (1 Tm 2, 2). Sin embargo, no existe nación, estado u orden de la vida humana que pueda ejercer sobre nosotros más autoridad que Jesucristo, ante cuyo nombre “toda rodilla se doble, en los cielos, en la tierra y en los abismos” (Flp 2, 10).

Por lo tanto, condenamos como no ortodoxa y rechazamos cualquier enseñanza que subordine el Reino de Dios, que se manifiesta en la Única Santa Iglesia de Dios, a cualquier reino de este mundo, procurando a otros gobernantes eclesiásticos o seculares para su justificación y redención. Rechazamos categóricamente toda forma de gobierno que deifique al Estado (teocracia) y absorba a la Iglesia, privándola de su libertad para oponerse proféticamente a toda injusticia. Además, reprendemos a todos aquellos que abrazan el cesaropapismo, sustituyendo su obediencia definitiva al Señor crucificado y resucitado por la de cualquier líder que tiene autoridad y sostiene ser ungido por Dios, ya sea con el título de “césar”, “emperador”, ´´zar” o el de “presidente”.

3. ´´Ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, puesto que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús´´ (Gal 3, 28).

Abogamos que la división de la humanidad en grupos según su pertenencia racial, religión, lengua, nacionalidad o cualquier otra característica secundaria de la existencia humana es una característica de este mundo imperfecto y pecaminoso. Siguiendo la tradición patrística, estas distinciones se caracterizan como “distinciones de la carne” (San Gregorio Teólogo, Logos 7, 23). La pretensión de superioridad de un grupo sobre otros es un mal característico de tales divisiones, que son completamente contrarias al Evangelio, donde todos son uno y, a la vez, iguales en Cristo; todos son responsables ante Él por sus acciones, y todos tienen acceso al amor y Su perdón, no como miembros de determinados grupos sociales o étnicos, sino como personas que nacieron y fueron creadas, todas iguales a imagen y semejanza de Dios (Gn 1, 26).

Por lo tanto, condenamos como no ortodoxa y rechazamos cualquier enseñanza que atribuya origen o autoridad divinos, santidad o pureza especial a cualquier identidad local particular, nacional o étnica, o caracterice a una cultura en particular como especial o divinamente predestinada, ya sea griega, rumana, rusa, ucraniana o cualquier otra cultura.

4. ´´Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen y orad por los que os ultrajan y os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre impíos y devotos, y llover sobre justos e injustos´´ (Mateo 5, 43-45).

Siguiendo el mandato de nuestro Señor, proclamamos que, como declara San Siluano el Atonita, “quien no ama a sus enemigos, la gracia de Dios no mora en él” y que no podemos conocer la paz si no amamos a nuestros enemigos.  Por lo tanto, el hacer la guerra es la prueba definitiva del fracaso de la ley del amor de Cristo.

Por consiguiente, condenamos como no ortodoxa y rechazamos cualquier enseñanza que fomente la división, la desconfianza, el odio y la violencia entre pueblos, religiones, credos, naciones o estados. Además, condenamos como no ortodoxa y rechazamos cualquier enseñanza que demonice o aliente la demonización de aquellos a quienes un estado o sociedad considera “otros”, incluidos los extranjeros, los disidentes políticos y religiosos y otras minorías sociales que hayan sido estigmatizadas. Rechazamos cualquier división de índole maniquea y gnóstica que elevaría a una santa civilización oriental ortodoxa y sus respectivos pueblos ortodoxos por encima de un “Occidente” degradado e inmoral. Es especialmente ofensivo condenar a otras naciones a través de plegarias litúrgicas especiales de la Iglesia, exaltando a los miembros de la Iglesia Ortodoxa y sus culturas como santificados espiritualmente en comparación con los “heterodoxos” carnales y mundanos.

5. ´´Id pues a aprender qué significa misericordia quiero y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento´´ (Mateo 9:13; cf. Oseas 6:6; Isaías 1:11-17).

Pregonamos que Cristo nos llama, ya sea como individuos o como comunidades, a practicar la caridad con los pobres, los hambrientos, los desamparados, los refugiados, los inmigrantes, los enfermos y los que sufren y, además, nos pide que busquemos la justicia para los oprimidos, los afligidos y los necesitados. Si rechazamos la llamada de nuestro prójimo, y si, en cambio, golpeamos y robamos, dejando a nuestro prójimo sangrando y muriendo en un rincón del camino (Parábola del Buen Samaritano, Lc 10, 25-37), entonces no nos estamos alineando al amor de Cristo en el camino hacia el Reino de Dios, sino nos hemos convertido en enemigos de Cristo y de su Iglesia. Estamos llamados no solo a orar por la paz, sino a levantarnos activa y proféticamente para condenar la injusticia, buscando la paz incluso a costa de nuestras propias vidas. “Bienaventurados los que velan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5, 9). Nuestra ofrenda del sacrificio de la liturgia y de la oración, mientras que al mismo tiempo nos negamos a actuar sacrificialmente, constituye un sacrificio de condenación, contrario al que se ofrece en Cristo (Mt 5, 22-26 y 1 Cor 11, 27-32).

Por lo tanto, condenamos como no ortodoxa y rechazamos la promoción del “quietismo” espiritual entre los fieles y el clero de la Iglesia, desde el Patriarca hasta el más común de los laicos. Reprochamos a los que oran por la paz, cuando en la práctica no trabajan por ella, ya sea por miedo o por falta de fe.

6. ´´Si os mantenéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres´´ (Jn 8, 31-32).

Proclamamos que Jesús llama a sus discípulos no sólo a conocer la verdad, sino también a proclamarla: “Sea vuestro hablar: sí, sí o no,no´; pues lo que excede esto procede del Maligno” (Mt 5, 37) . Cuando la segunda potencia militar más grande del mundo invade a gran escala un país vecino no se trata simplemente de una “operación militar especial”, “evento” o “conflicto” o cualquier otra designación eufemística elegida para negar la realidad misma. Es, mucho más, una invasión militar total que ya ha causado numerosas muertes de civiles y militares, la interrupción violenta de la vida de más de cuarenta y cuatro millones de personas y el desplazamiento y exilio de más de dos millones de personas (según los datos del 13 de marzo de 2022). Esta verdad debe decirse abiertamente, por dolorosa que sea.

Por lo tanto, condenamos como no ortodoxa y rechazamos cualquier enseñanza o acción que se niegue a decir la verdad o elimine activamente la verdad sobre los sufrimientos perpetrados contra el Evangelio de Cristo en Ucrania. Condenamos tajantemente cualquier discurso de “guerra fratricida”, “repetición del pecado de Caín, que mató a su propio hermano por envidia”, si ese discurso no reconoce explícitamente la intención asesina y la culpa de un lado sobre el otro (Ap 3, 15-16).

Declaramos que las verdades que en lo antedicho defendemos y los errores que condenamos y rechazamos como no ortodoxos, se fundamentan en el Evangelio de Jesucristo y la Santa Tradición de la fe cristiana ortodoxa. Por esa razón, invitamos a todos los que acepten esta declaración a tener en cuenta estos principios teológicos a la hora de tomar sus decisiones en la política eclesiástica. Rogamos, también, a todos los afectados por esta declaración que vuelvan a la “unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz” (Ef 4, 3).

13 de marzo de 2022, Domingo de la Ortodoxia

Traductor: Georgios Pappas


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